Según una reciente encuesta
británica, uno de cada dos profesores desearía dejar la
profesión a la menor
oportunidad. Algo parecido parece ocurrir en otros países, entre
ellos elnuestro. ¿Qué está
pasando? ¿Merece la pena dedicarse a esta tarea hoy?
Hay motivos para el
pesimismo, ya lo sé; la formación pedagógica es corta y deficiente,
se valora poco en la
sociedad el quehacer docente, el contexto organizativo deja mucho que
desear, existen
competidores sociales potentes (los medios de comunicación, el mundo
informática, las
experiencias vitales ... ), la autoridad tradicional se resquebraja, algunos
chicos
y chicas se resisten a
estudiar y se muestran insolentes, el trabajo intelectual no tiene las
recompensas laborales que
propiciaba hace años...
Sobre el desaliento del
profesorado, en primer lugar, quiero decir que las malas
condiciones no son una
condena insalvable. He visto trabajar a profesores en otras latitudes
del mundo. Algunos en
condiciones muchísimo peores que las nuestras. Peor formación,
sueldos miserables, medios
muy inferiores... Y los he visto trabajar con entusiasmo, con ilusión,
con esperanza. No quiere
esto decir que no haya que luchar por unas condiciones mejores, por
un ejercicio profesional
digno. Solamente digo que con inmejorables condiciones puede haber
pesimismo y amargura.
Deseo plantear algunas
razones por las que merece la pena ser profesor hoy:
Porque es una tarea
imprescindible: enunciamos problemas sangrantes de todo tipo.
Buscamos soluciones en mil
sitios. Y olvidamos frecuentemente la educación como medio
supremo. Hacen falta, pues,
profesionales capaces de ayudar a las personas a crecer, de
enseñarles a convivir, de
abrirles el camino del bien y de la verdad. Porque es una tarea difícil
(y arriesgada): consiste en
trabajar con «materiales» complejísimos (concepciones,
conocimientos,
sentimientos, emociones, valores, ideas, creencias, expectativas ... ). Es
difícil
también porque cada persona
es un mundo diferente. Y porque hoy aparecen en la cultura
invitaciones potentes a
recorrer caminos equivocados. La dificultad se puede vivir como
castigo o como reto.
Porque es una tarea
enriquecedora para quien la recibe y para quien la realiza. No
hablo de dinero (aunque no
se debe olvidar esta faceta). Si se pretendiese incentivar la
profesión docente sólo con
dinero, ¿no acudirían a ella los más avaros en lugar de los más
generosos? Trabajar con
seres humanos encierra una posibilidad enorme de desarrollo
personal y social.
Porque es una tarea
gratificante: se insiste en los problemas de la profesión, en sus
facetas amargas. Se habla
menos de sus dimensiones gratificantes, de sus estímulos,
incomparables a los que
brinda cualquier otra profesión. ¿Qué hay semejante a ese
alumbramiento en el saber,
en la honestidad y en la convivencia que la tarea de educar? ¿Qué
hay comparable al hecho de
ayudar a que las personas sean más inteligentes, más
bondadosas, más felices?
Porque es una tarea histórica: los profesores constituyen eslabones
silenciosos en la cadena
que conduce a la humanidad hacia el progreso y la mejora.
¿Qué hubiera sido del mundo
y de la historia sin los maestros? Quienes tienen
conocimiento tratan de
utilizarlo en su beneficio (y de esconderlo a los competidores). Sin
embargo, los profesores
forman un grupo humano que tiene por oficio compartir todo lo que
saben.
Comparto el hilo argumental
de Manuel Rivas en un artículo titulado «Amor y odio en
las aulas»: «La escuela se
ha vuelto más conflictiva porque cada vez alberga más tiempo de
vida, más complejidad. Es
el espacio de la familia y de la relación comunitaria lo que se ha
achicado. Para muchos
adolescentes, la amistad, y también el odio, tiene por principal y casi
única vía la puerta del
colegio o del instituto. La conflictividad no es tanto un rechazo como un
SOS».
Decía hace unos meses el
filósofo Emilio Lledó.«Enseñar es una forma de ganarse la
vida pero, sobre todo, es
una forma de ganar la vida de los otros». No se gana la vida de los
otros metiendo en su cabeza
datos y conocimientos inertes sino en soñándoles a pensar y a
convivir. «Excelente
maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno un
deseo grande de aprender»,
dice Arturo Graf.
Esta es una tarea que,
arrastrada como un castigo, resulta insoportable y que, vivida
con entusiasmo, resulta
apasionante. Para vivirla con entusiasmo hay que tener sobre ella un
conocimiento especializado.
Hay que amarla. Los alumnos tienen un radar que les permite
saber qué profesores se
preocupan de verdad por ellos. El título de un reciente libro noruego
dice que los alumnos
aprenden de aquellos profesores a los que aman.
- Artículo publicado por Miguel A. Santos en el Diario de Sabadell 1 de Agosto de 200.http://es.scribd.com/doc/221768661/Ser-Profesor-Hoy
http://xurl.es/q1rwv |
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